La falta de un padre puede dejar huellas profundas que afectan la manera en que nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos.
¿Qué sucede cuando experimentamos esa ausencia? Aquí buscaremos entender cómo puede influir en nuestro desarrollo personal y emocional.
Un padre es mucho más que la persona que aporta su información genética para la concepción de un nuevo ser. Sea o no biológico, el arquetipo paterno es esa figura masculina que está presente y nos acompaña en nuestro proceso de desarrollo.
Su presencia saludable, en tanto incentive actitudes de confianza, abundancia y protección
El padre promueve la salida de los hijos de la familia y les facilita emanciparse para generar un proyecto propio de vida, es decir, asegura la apertura de la familia al mundo. En tal sentido, también impulsa la diferenciación de la madre.
A mayor déficit de función paterna, es probable una mayor perturbación del proceso de emancipación.
El padre, en su rol de guiar y preparar a sus hijos para enfrentar el mundo, asume la responsabilidad de orientarlos hacia el exterior. La madre, por su parte, busca crear un entorno de protección y contención, cumpliendo su función central de dar vida y cuidado.
La energía paterna fomenta un movimiento hacia el exterior, impulsando a los hijos a la acción. Este enfoque es arquetípico, lo que significa que madre o padre pueden intercambiar o compartir estas funciones.
Lo esencial aquí es que las características de estas figuras suelen replicarse en las relaciones que los hijos establecen más adelante en la vida.
Cuando indagamos en los problemas en nuestras relaciones, reacciones o emociones, es muy probable que descubramos que la raíz de esta desconfianza, especialmente hacia los hombres, proviene de la ausencia de la figura paterna en nuestra vida.
Al sentir la falta de un padre presente se bloquea el proceso de mentorización necesario para que logremos una adaptación adecuada a la sociedad.
Esta impresión de ausencia se manifiesta en una necesidad excesiva de controlar nuestro entorno, un reflejo de la desconfianza que sentimos porque, de pequeños, no pudimos confiar en quién debía enseñarnos cómo funciona el mundo.
Tanto los hijos como las hijas, al crecer interpretando un modelo paterno alterado, pueden desarrollar sentimientos de inseguridad, ansiedad y una falta de confianza en sí mismos.
El sentimiento de vergüenza que podemos experimentar por el padre que tuvimos nos puede llevar, además, a sentirnos avergonzados de nosotros mismos.
Sin confianza en el padre, hay miedo a enfrentar el mundo.
«Un buen padre vale por cien maestros»
Jean Jacques Rousseau
Cuando el padre está ausente o no dedica la atención suficiente, la hija puede, por ejemplo, adoptar el rol de la “niña eterna”, acomodándose a una vida pasiva y dependiente.
Puede estar pendiente de la validación masculina, buscando seguridad y valoración en sus relaciones. Esta reacción es fruto de su anhelo por recuperar el contacto perdido con papá.
Estas hijas suelen experimentar una falta de confianza hacia los hombres, dificultando su capacidad de apertura y entrega a la hora de experimentar relaciones. Esto ocurre por miedo a encontrarse con un inmaduro emocional, como le ocurrió a su madre.
A menudo, la hija construye una imagen masculina ideal en su interior y su vida se ve marcada por la búsqueda de esa utopía, resultando en relaciones que fracasan al buscar un hombre que solo existe en su imaginación.
Cuando un hijo varón percibe carencia de padre, suele convertirse en “el hombre de la casa”. Inconscientemente, se ubica como compañero emocional de su madre.
Este hijo se siente obligado a llevar un papel que no le corresponde. Por miedo a parecerse a su padre, puede evitar desarrollarse y asumir responsabilidades adultas.
Son personas que, con frecuencia, se hacen cargo de los sistemas, de las necesidades de otras personas. Se convierten en “padres del mundo” y establecen relaciones de sobrecuidado con las personas que están a su alrededor.
Pueden terminar no haciendo su vida por estar alimentándose excesivamente de las necesidades del otro.
Nuestro padre actuó con los recursos emocionales y la educación que tenía a disposición. No se trata de justificarlo ni desconocer lo dañino de su comportamiento.
Lo importante es reconocer que la historia con papá forma parte de lo que somos hoy, pero no define nuestro futuro.
En lugar de buscar una justificación o aferrarnos al dolor de lo que vivimos, podemos preguntarnos: ¿qué puedo aprender de esta experiencia? Y ¿cómo puedo integrarla para fortalecer mi propia personalidad?
Ser maduros emocionalmente implica asumir esa responsabilidad, soltando la historia que nos mantiene anclados en el victimismo.
Esta decisión es nuestra: dejar de señalar a nuestro padre como la causa del problema, como si esa fuese la solución. No podemos cambiar nuestra historia, pero sí la manera en que la interpretamos.
La forma de resolver el impacto de su ausencia en nuestra vida es soltar la percepción en la que seguimos sintiéndonos abandonados y comenzar a actuar como autores de nuestro presente y nuestro futuro. Así podremos construir una vida más equilibrada.
La aceptación de esta realidad no es un acto de rendición, sino de liberación.
Redimir la figura del padre en nuestro interior implica aceptar esta historia que tuvimos con él y, en lugar de buscar su reconocimiento, ofrecernos ese reconocimiento a nosotros mismos.
No culpar a papá significa aceptar que siempre podemos extraer algo positivo de nuestra experiencia con él. Lo fundamental es aprender de esa vivencia y cómo utilizamos ese aprendizaje para enriquecer nuestra personalidad y fortalecer nuestra vida.
¿Quiero seguir juzgando o me doy la oportunidad de estar en paz y poder construir relaciones interpersonales más equilibradas?
Se trata de soltar el juicio hacia papá para liberarnos de esa carga y aplicar lo que realmente nos es útil en nuestra vida.
Donde antes veíamos dolor y trauma, ahora podemos ver una oportunidad para la reconciliación y el crecimiento personal.
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En este pódcast, Enric Corbera habla de la culpabilidad que, en ocasiones, sentimos como padres al darnos cuenta de cómo nuestro estilo de paternidad impacta en la vida de nuestros hijos.
En este video, David Corbera explica qué consecuencias tiene la ausencia del arquetipo paterno en el desarrollo de los hijos, tanto a nivel social, como emocional y educativo.
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