La comparación con los demás juega un papel fundamental en la construcción de nuestra identidad y autoestima. No obstante, en ciertas ocasiones compararse, en lugar de ser beneficioso puede convertirse en una fuente de frustración.
Entonces, ¿por qué lo hacemos incluso cuando no nos beneficia? La respuesta implica comprender que la manera en que vemos a los demás habla más de nosotros mismos que de ellos.
En este artículo te invitamos a explorar cómo puedes aprovechar la información sobre tí mismo que te ofrece la comparación con los demás. Te presentamos una nueva manera de relacionarte con la percepción que tienes de ti respecto a los demás, para descubrir información valiosa que te permitirá reflexionar y conocerte mejor.
Cuando nos comparamos estamos llevando a cabo un proceso mental en el que nos identificamos o distinguimos de una persona o situación para, así, reconocer nuestra singularidad y conocernos más. Esta acción habitualmente inconsciente suele ser automática, subjetiva y moldeada por nuestra perspectiva del mundo.
En ocasiones nos sentimos superiores o inferiores, ya que utilizamos un marco de referencia utópico que se adapta a nuestros propios complejos o aspiraciones, pero no refleja la realidad objetiva.
También solemos compararnos con quienes parecen tener una vida mejor que la nuestra en ciertos aspectos, sin tener en cuenta todo lo desconocido detrás de esa imagen.
Es un momento especial para compararnos, ya que podemos hacerlo con cualquiera a través de las redes sociales, aunque podemos observar sólo lo que esa persona expone.
Imaginemos que regresas cansada/o del trabajo, te recuestas en el sofá, miras una de tus redes sociales y ves a una amiga que siempre se muestra sonriente con su pareja. Cuando comparas tu relación con la suya, puedes inferir que tu vida en pareja no es tan “feliz” como la suya y sientes frustración.
Es común que tratemos de convencernos de que lo que vemos fuera es lo que necesitamos para sentirnos mejor. Esta comparación se basa en una interpretación idealizada y parcial que no tiene en cuenta los posibles desafíos a los que se enfrentan los demás, ya que no los vemos.
Antes de hacerlo podemos cuestionarnos ¿para qué me comparo? ¿Qué parámetros utilizo para hacerlo?
Pero sobre todo, ¿qué dice eso de mí?
“La razón por la que luchamos con la inseguridad es porque comparamos nuestro detrás de escena con el carrete más destacado de todos los demás.”
Steve Furtick
El compararse en exceso con lo que los demás muestran impide valorar lo que hemos hecho con nuestra propia vida y lo que tenemos en el presente. Nos aleja de nosotros mismos.
Un indicio de este exceso es nuestra mirada constante hacia el afuera. Cuando hacemos foco en el exterior, hay algo en nuestro interior que demanda atención.
Recordemos que lo que vivimos en el ahora es una interpretación única y subjetiva de nuestro pasado. Pero también, es el escenario donde podemos tomar acción para construir un futuro diferente. El nuestro, no el de nadie más.
Vemos entonces que el compararse pierde sentido pues los parámetros de comparación siempre son ficticios.
La tendencia a compararnos es una condición humana natural dado que crecimos en sociedad y desde el comienzo formamos parte de un sistema familiar. Durante la infancia nuestro cerebro actúa como una esponja, absorbiendo todo lo que observamos de nuestros padres y hermanos, con lo cual moldeamos nuestra personalidad.
Debido a que, inconscientemente, tomamos como referencia el escenario emocional donde crecimos, la manera en que nos comparamos en la vida adulta puede estar condicionada, además de variar de persona en persona.
Supongamos, por ejemplo, que una persona creció con padres que enfatizaban los logros académicos sobresalientes ya que ellos consiguieron, de ese modo, puestos de trabajo importantes.
A medida que esta persona llega a la vida adulta se siente impulsada a compararse con base en este parámetro y a calificar positivamente a personas que tienen un perfil alto en lo académico.
También puede desarrollar lealtades inconscientes hacia su familia o, todo lo contrario, rechazar completamente el modelo familiar en el que creció, polarizándose en un extremo igualmente limitante.
Aquí no hay opciones mejores ni peores, en tanto lo que decida no le impida desarrollarse con libertad y en coherencia con lo que realmente desea hacer de su vida.
La envidia es una emoción que aflora con frecuencia al compararnos y puede indicar una desvalorización. Nos muestra lo que creemos que nos falta y refleja la carencia de autoaprecio y autoconfianza.
Por eso mismo, tras aceptar este estado emocional, podemos tomar la envidia que sentimos como fuente de información sobre nosotros mismos, usándola como un impulso para evolucionar.
Por ejemplo, la envidia nos puede permitir reconocer lo que consideramos que nos hacía falta cuando éramos niños. Nuestras quejas y lamentos pueden describir las experiencias que moldearon nuestras percepciones y, al tomar conciencia, modificarlas.
«La comparación conmigo mismo mejora, la comparación con los demás trae descontento.»
Betty Jamie Chung
Los demás actúan como un espejo de nuestra personalidad. Lo que admiramos y lo que envidiamos nos puede llevar al victimismo o a la valentía, pero siempre se relaciona solo con nosotros mismos.
En realidad, cada vez que nos comparamos, no lo hacemos con la otra persona sino con una parte de nosotros mismos que se refleja en ellos. Son proyecciones de nuestros propios deseos y carencias.
Podemos preguntarnos ¿qué es lo que posee esa persona que también está presente en mí, o viceversa, y qué deseo o rechazo? ¿Qué revela esto acerca de mi?
“La comparación te despojará del poder, la gracia y la influencia. Cada persona es única. Entonces, ¿cómo puedes comparar lo único con lo único? No puedes. Y cuando lo intentas, aniquilas tu brillantez.”
Amy Larson
La comparación puede ser un recurso valioso para el crecimiento personal. Puede ser una herramienta para revisar lo que hacemos con eso que nos pasa al compararnos e incentivar la autoindagación.
¿Qué veo en el otro que me motiva? ¿Qué me impide ser lo que veo en el otro y deseo ser? ¿Qué creencias tengo que me limitan para llegar a lo que quiero?
La única comparación válida es entre lo que creemos que somos, las acciones que podemos asumir para generar cambios, y la coherencia interior con la que queremos vivir: sernos fieles, desarrollar el potencial deseado y honrar nuestros orígenes al integrar lo vivido y aprendido.
Lograr discernir entre la comparación de la perspectiva dual y la comparación con conciencia de unidad es la llave hacia una libertad sin juicios.
Entonces, una forma de conocernos es llevar a la práctica la conciencia global mediante la toma de conciencia del “para qué” nos comparamos. Al comprender que nuestra interpretación nos muestra quiénes somos y dónde estamos, podemos valorar cada paso en nuestro autodescubrimiento y vivir con gratitud.
Compararse, en última instancia, nos enseña a identificar las cualidades que compartimos con los demás y las que aún podemos desarrollar en nosotros mismos. La clave para relacionarnos con esta característica de nuestra mente está en no rechazarla e integrar aquello que vemos proyectado al compararnos.
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