¿Hasta qué punto nuestras emociones pueden influir en nuestro estado de salud?
Según la OMS, la salud es un equilibrio entre el bienestar físico, mental y social. Lo curioso es que nuestras emociones tienen una fuerte incidencia justamente en estos tres pilares.
En este artículo exploraremos cómo el desarrollo de un sólido equilibrio emocional colabora con el bienestar físico.
En esencia, una emoción es un impulso para la acción. Es la energía que nos incita a actuar y nos permite expresarnos. Se manifiesta primero en el cuerpo y luego le atribuimos un significado.
El enojo, la alegría, la tristeza, el asco, la sorpresa y el miedo son consideradas las emociones básicas. Podemos definirlas como respuestas fisiológicas que tienen el propósito de facilitar nuestra adaptación al entorno.
En un estado más primitivo nos alertan sobre peligros, nos brindan seguridad y satisfacen nuestras necesidades físicas. En resumen, nos ayudan a sobrevivir.
Las emociones son el nexo entre la mente y el cuerpo y, al estar relacionadas con necesidades biológicas, no se pueden etiquetar como buenas o malas, sino como esenciales.
El problema deviene cuando no le hacemos caso al impulso de las reacciones emocionales, es decir, no atendemos a lo que expresan, sino que las reprimimos. Esto genera un cúmulo de energía bloqueada en nuestro cuerpo que puede concluir en síntomas corporales o enfermedades.
Por otra parte, solemos justificar esta represión y, cuando se nos pregunta, mostramos una emoción que no necesariamente corresponde con lo que en realidad sentimos.
Imagina que estás en tu trabajo y un colega te hace un comentario “hiriente”. Sientes ira. Sin embargo, en lugar de expresar tu enojo, no dices nada y te lo guardas. Llegada la noche, tu pareja te nota con un estado de ánimo diferente, pero solo le comentas que te sientes triste. Sin más.
Este ejemplo ilustra cómo, a veces, ocultamos nuestras verdaderas emociones, sobre todo las “mal vistas”, (como la ira o la tristeza según el contexto) y las reemplazamos por comportamientos aceptados socialmente, por temor a generar malestar o ser juzgados.
La clave aquí es explorar la emoción real detrás de esa fachada. Y hacerlo sin emitir juicios sobre lo que sentimos. Sin culpa ni vergüenza.
Las causas que influyen en la aparición y evolución de un síntoma son el resultado de una variedad de componentes. El estado de nuestro sistema inmunológico, el tipo de estrés que afecta su funcionamiento y cómo lo afrontamos, nuestro estilo de vida (alimentación, actividad física, etc) y nuestra herencia epigenética son factores cruciales que influyen en nuestra salud física.
Cuando experimentamos un síntoma es esencial abordarlo, recurrir a la medicina convencional y a profesionales especializados en lo que nos aqueja.
Nuestro interés desde la Bioneuroemoción se centra en el componente emocional.
En cualquier enfermedad o situación de dificultad, tomar conciencia de la influencia de los conflictos internos no resueltos nos permite transitar los procesos de cambio de manera más efectiva. También permite optimizar otros tratamientos al considerar tanto los aspectos físicos como emocionales de la salud.
El estrés prolongado puede desencadenar procesos inflamatorios en nuestro cuerpo, creando un ambiente propicio para el desarrollo de enfermedades.
Con frecuencia, los síntomas físicos se manifiestan después de que hemos enfrentado situaciones de estrés, eventos traumáticos o dificultades que no hemos logrado gestionar adecuadamente.
Por ejemplo, cuando nos vemos atrapados en situaciones que no queremos y no nos permitimos reaccionar, tendiendo a relegar nuestros deseos por los de los demás. Y, para manejar nuestro comportamiento incoherente y bajar la tensión interna, nos contamos historias, justificando las emociones que sentimos.
Observar este proceso de autoengaño nos puede llevar a asumir el síntoma como una invitación a reflexionar y tomar responsabilidad: ¿qué me quiere decir mi cuerpo? ¿Qué puedo aprender de lo que me sucede? ¿Puedo enfrentarlo de otra manera?
“Hay que ser conscientes de que lo que nos provoca malestar o ansiedad no son los eventos, sino cómo vinculamos las emociones a éstos.”
Jonathan García-Allen
No existe una relación lineal entre los síntomas de una enfermedad y el estrés emocional, ya que cada situación y sus efectos son únicos en cada uno de nosotros. No obstante, es conveniente no quedarse con la idea de que la causa de los síntomas proviene únicamente de factores externos.
El estrés crónico y las emociones que lo sustentan pueden incentivar la llegada de enfermedades como la artritis, inflamaciones en la piel (urticaria) o hipotiroidismo, entre otras.
No obstante, el estrés en sí mismo no es algo negativo, de hecho, es necesario. Actúa como un impulsor que puede activar recursos internos que, cuando se desarrollan, nos ayudan a enfrentar y superar situaciones difíciles.
Cuando mantenemos un enojo y no nos permitimos atenderlo de manera saludable, se produce una incoherencia emocional que puede afectar nuestra salud física.
Un claro ejemplo es el bruxismo. Visto como una afección psicodental, se relaciona con la represión de ira y rabia, por lo que el cuerpo responde apretando los dientes y cansando la mandíbula.
Desde ese enfoque, la enfermedad puede conceptualizarse como una respuesta adaptativa que la persona no se permite expresar conscientemente, lo que lleva al cuerpo a manifestar esa respuesta por ella.
El aislamiento social (que puede ser real o simbólico) y la falta de conexiones significativas también influyen en nuestra salud.
Durante el aislamiento obligatorio en el año 2020 a raíz de la pandemia, muchos de nosotros hemos experimentado momentos de soledad y pérdidas. En ese contexto complejo la tristeza estuvo más presente de lo habitual. Esta emoción ha inducido un aumento de enfermedades de carácter mental como depresión y ansiedad.
Si en vez de rechazar estos estados, elegimos experimentarlos de manera consciente y amorosa, nos daremos cuenta de que nos dan la oportunidad de mirar hacia adentro y comprender que siempre estamos ante nosotros mismos aunque estemos rodeados de muchas o pocas personas. Nos apelan a abrazar nuestra vida y nuestro cuerpo desde otro lugar.
Cuanto más evitamos hablar o actuar ante lo que nos desequilibra emocionalmente, más grande se vuelve el conflicto interno y más difícil de gestionar. En última instancia, esto puede llevar a una parálisis en nuestro accionar.
No obstante, un factor importante del impacto físico de nuestras emociones es la forma en que las canalizamos. Si bien es preciso atender nuestros estados emocionales, manifestarlos en el momento y el modo adecuado forma parte del aprendizaje que nos propone cada situación conflictiva.
Esto se aprende y se entrena con práctica: cuando nos sobreviene una emoción fuerte podemos preguntarnos: ¿me encuentro en mi centro o dominado por ella? ¿Es un buen momento para expresar lo que siento? ¿El otro está en disposición para poder escucharme?
“Dejarse ir es dejar que las emociones que se reprimen inconscientemente porque son políticamente incorrectas, porque así se está programado, se expresen en la propia corporalidad, para descubrir qué intentan retener y qué esconden.”
David R. Hawkins
Cuando experimentamos enfermedades crónicas o recurrentes tendemos a identificarnos con ellas. Por eso es importante ser conscientes de cómo nos expresamos. Lo que vivimos no nos define; sucede y lo atravesamos, pero no “somos” la enfermedad.
Por ejemplo, en lugar de decir «estoy enfermo, tengo urticaria», podemos decir «estoy pasando por un episodio de urticaria».
Por lo tanto, mantener distancia a nivel del lenguaje es una actitud activa de cuidado y amabilidad hacia nuestra mente inconsciente (ya que ésta es totalmente inocente y literal). El modo en que nos hablamos a nosotros mismos es una práctica más hacia la conciencia emocional.
El cuerpo es valioso por su habilidad para comunicarse. Escucharlo significa reconocer y atender nuestros estados emocionales, validarlos y expresarlos de manera constructiva.
Al estar en un proceso de autoconocimiento en el que queremos vivir una vida con mayor bienestar, las emociones pueden ser aliadas que nos indican un camino. Transformando así los estados de culpabilidad y victimismo recurrentes, que pueden influir negativamente en la salud.
Entonces, a la hora de evaluar la complicidad de nuestras emociones “negativas” en nuestra salud física, es fundamental considerar cómo las percibimos. El poder de su influencia radica en nuestro compromiso y responsabilidad, por lo que empoderarnos y educarnos es determinante.
De ser “cómplices” de la enfermedad, las podemos transformar en aliadas de nuestra salud y nuestro bienestar.
Si quieres seguir profundizando sobre este tema, puedes acceder a este material en nuestro canal de Spotify y de Youtube:
En este podcast Enric Corbera habla de los síntomas y nos invita a ver las señales que emite nuestro inconsciente a través del cuerpo y de las relaciones interpersonales.
En este vídeo Enric Corbera explica cuál es la función de las emociones y cómo se relacionan con la percepción, es decir, con nuestra forma de entender el mundo.
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