La psoriasis no solo afecta a la piel; también puede relacionarse con una manifestación física de conflictos emocionales no resueltos. ¿Te has preguntado alguna vez qué quiere decir nuestro cuerpo cuando nuestra piel se convierte en una coraza?
Las respuestas que buscamos en tratamientos externos pueden complementarse con una dimensión más profunda de nuestra salud: las emociones. Este artículo te invita a profundizar en el origen emocional de la psoriasis y a explorar nuevas perspectivas para comprenderla desde dentro.
La piel es el órgano más extenso del cuerpo humano y la primera línea de defensa contra agresiones y lesiones. Protege al cuerpo de agentes externos y ayuda al sistema inmunológico a mantener el equilibrio. Además, nos conecta con el mundo a través del tacto y elimina toxinas mediante el sudor y la regeneración celular.
A la vez, como veremos, también es el reflejo externo de nuestro mundo interior.
Una de las afecciones más comunes de la piel es una enfermedad inflamatoria crónica, la psoriasis. Se caracteriza por escamas blancas, enrojecimiento y escozor que suele aparecer en el cuero cabelludo, en codos y rodillas, resultado de un crecimiento celular acelerado.
La psoriasis afecta aproximadamente al 2% de la población mundial, es decir, a unos 125 millones de personas, y genera un impacto significativo en su calidad de vida.
Aunque se ha avanzado en su comprensión, su causa primaria sigue siendo investigada. Se considera que es una combinación de factores genéticos, ambientales y emocionales.
La elección del tratamiento debe ser personalizada, considerando no solo el estado clínico sino también el impacto emocional de la patología.
«Las reacciones físicas son solo una forma en que los problemas que nos inquietan pueden expresarse inconscientemente.»
Carl Gustav Jung
El estrés crónico juega un papel fundamental en el desencadenamiento y la exacerbación de la psoriasis. El eje hipotalámico-pituitario-suprarrenal (HPA), involucrado en la respuesta al estrés, puede inducir condiciones proinflamatorias que afectan la piel.
Además, se ha observado que las personas con psoriasis presentan niveles bajos de cortisol, lo que favorece la liberación de mediadores inflamatorios. Las emociones como el miedo, la ira y la culpa también estarían estrechamente relacionadas con esta condición.
Entre otros autores, el psicólogo Jorge Ulnik, en su libro El psicoanálisis y la piel (2004), sostiene que, si el estrés que se desencadena en el ambiente social y emocional está relacionado con una falta de protección o contacto, existe una mayor probabilidad de manifestar ciertos síntomas en la piel, como ocurre en el caso de la psoriasis.
Somos seres emocionales, una mente afectiva en un cuerpo sensible. Las afecciones del cuerpo pueden producir dolor en nuestra psique y las heridas de nuestra alma pueden producir manifestaciones sintomáticas en nuestro cuerpo.
Este camino de doble dirección, nos indica que debemos cuidarnos de forma integral. Como dijo el poeta romano Décimo Junio Juvenal: “Mens sana in corpore sano”.
En tal sentido, la piel es un órgano sensorial, capaz de percibir el contacto, la temperatura y el dolor. Desde un enfoque simbólico, la piel representa la conexión con el mundo y con los demás.
La piel es el órgano que nos conecta física y emocionalmente con lo que nos rodea.
Los bebés que al nacer son colocados piel con piel con su madre, son abrazados y acariciados, presentan una mejor regulación de la temperatura. A través de este contacto se estimula la lactancia materna temprana y se favorece el vínculo afectivo.
A cualquier edad, un abrazo nos hace sentir queridos y protegidos y, al mismo tiempo, nos permite dar afecto y cuidar al otro. Este intercambio genera bienestar, mejora el estado de ánimo y disminuye el estrés.
El ser humano necesita del contacto físico con otras personas. Cuando existe algún conflicto en este sentido, se genera un desequilibrio emocional inconsciente que se puede expresar a través de nuestro cuerpo.
La piel de nuestro cuerpo puede recibir mucho dolor y, al mismo tiempo, ser la receptora de placenteras caricias. La manera en la que nos desenvolvemos en nuestro entorno tiene un impacto directo en ella.
La psoriasis se ha asociado con la personalidad tipo D, caracterizada por la inhibición social y una tendencia a evitar expresar emociones para no generar reacciones negativas, lo que puede derivar en un estrés crónico. Asimismo, las personas con esta afección suelen experimentar afectividad negativa, como nerviosismo, miedo, disgusto, culpa e ira.
En el caso de la psoriasis, las placas escamosas podrían simbolizar una barrera protectora. Sería un intento del cuerpo de establecer una distancia con el entorno, especialmente en personas que viven una dualidad entre la necesidad de proximidad y el deseo de protección.
En tal sentido, estaría mostrando un conflicto de separación: la sensación de haber sido apartado, rechazado o de no poder estar cerca de alguien querido. Puede surgir tras la pérdida de un ser querido, una ruptura, o la falta de contacto físico en la infancia.
Al mismo tiempo, tal vez exprese una necesidad de protección y autoprotección: la piel gruesa y escamosa simboliza una «coraza» contra heridas emocionales. Puede reflejar miedo a ser herido nuevamente o una necesidad de aislarse del exterior.
En consecuencia, es sencillo de entender que la psoriasis puede estar relacionada con la dificultad de expresar emociones reprimidas.
Un estudio encontró que estos pacientes utilizan con mayor frecuencia la supresión emocional, un mecanismo de regulación emocional considerado maladaptativo. Esto sugiere que las personas con psoriasis tienden a ocultar o reprimir sus emociones.
Las experiencias en la infancia y juventud juegan un papel crucial en cómo enfrentamos la vida adulta. Los conflictos emocionales y los traumas que experimentamos en el presente no son «del presente», sino que encuentran su semilla en esas edades (e incluso antes).
Por ejemplo, si crecimos en ambientes de crítica constante, de falta de afecto o, incluso, de una sobreprotección que nos quitó libertad, podemos desarrollar una necesidad inconsciente de protegernos. Este mecanismo de defensa puede manifestarse físicamente a través de la psoriasis, creando una armadura visible en nuestra piel.
La psoriasis puede actuar como un escudo, una barrera que simboliza el límite entre uno mismo y el mundo exterior.
El primer caso documentado se remonta al año 1200 a C., cuando el curandero de un príncipe de Persia relacionó la psoriasis con la ansiedad que el joven padecía debido a la pérdida de su padre y el deber de heredar el trono.
Una investigación reveló que el maltrato infantil y el estrés psicosocial crónico pueden predisponer a la manifestación de esta dolencia.
Estén o no relacionados este tipo de conflictos emocionales con la psoriasis, que uno resuelva un estrés de este tipo, al final, siempre favorece nuestra salud física y psíquica.
La autoindagación es una herramienta poderosa para identificar las raíces emocionales de la psoriasis. Algunas preguntas que pueden guiarnos en este proceso son:
¿He experimentado una separación o rechazo que aún me duele?
¿En qué momentos de mi vida me he sentido excluido o alejado de alguien importante?
¿Cómo me relaciono con el contacto físico y la cercanía emocional?
¿Considero que necesito una “coraza” para protegerme del mundo?
¿De qué o de quién me estoy defendiendo con mi piel?
¿Qué emociones o experiencias temo enfrentar sin esta muralla que me construí?
¿Me permito expresar lo que siento libremente o suelo reprimirlo?
Cuestionar nuestras creencias, identificar traumas no resueltos y reconocer lealtades familiares inconscientes puede abrir la puerta a una sanación profunda y genuina. Al atrevernos a mirar hacia adentro, podemos empezar a desmantelar los obstáculos que nos impiden vivir plenamente y permitir que nuestra piel, y nuestra vida, respiren con libertad.
«Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior.»
Frida Kahlo
La Bioneuroemoción propone un abordaje integrador que invita a las personas a explorar el origen emocional de sus síntomas físicos. En el caso de la psoriasis, se sugiere indagar en las experiencias de vida que puedan haber generado la necesidad de protección excesiva o de evitar (o necesitar) el contacto emocional.
Reconocer e integrar las propias emociones para aprender a expresarlas de manera saludable son herramientas clave para empezar a tratar las afecciones de la piel desde nuestro interior.
A través de la psoriasis podemos recordar la sabiduría que esconde nuestro cuerpo. Más allá de ser un órgano físico, la piel es un espejo de nuestras emociones.
Abordar esta enfermedad implica no solo tratar los síntomas físicos con el tratamiento médico adecuado, sino también conectar con nuestro mundo interior, soltar ese blindaje y permitirnos el contacto genuino con los demás.
La verdadera sanación comienza cuando nos atrevemos a mostrarnos tal y como somos, vulnerables y auténticos.
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Un síntoma físico es solo la superficie de algo más profundo, una señal de que algo en nuestro mundo interno necesita ser escuchado. ¿Podría tu malestar ser la clave para un cambio profundo?
La enfermedad trae consigo un mensaje de cambio personal que no todos estamos dispuestos a escuchar. ¿Sabes qué factores emocionales influyen en la psoriasis?
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