Pensar y sentir: cuando el enojo esconde un tesoro

08 febrero 2025

Pensar y sentir parecen ir de la mano, pero en momentos de mucha tensión, el equilibrio entre ambos suele quebrarse.

Hay situaciones en las que algo dentro de nosotros se activa de forma automática, y lo que sentimos nos domina por completo. Luego, cuando la intensidad baja, nos sentimos culpables o intentamos justificar nuestra reacción, como si hubiésemos tenido pleno control de lo que hicimos o dijimos.

¿Qué es eso que nos arrastra y nos hace reaccionar sin pensar? Hay algo más profundo dentro de nosotros que toma el control en esos momentos.

 

El secuestro amigdalar: cuando el miedo se esconde detrás del enojo

Esta pérdida de control tiene un origen claro: detrás de cada reacción desproporcionada hay una emoción oculta. Puede ser un temor no reconocido o una interpretación de amenaza que activa nuestra respuesta automática.

No reaccionamos ante los hechos en sí, sino ante la manera en la que los vivimos internamente, muchas veces sin darnos cuenta.

 

Qué es el secuestro emocional

La amígdala, una estructura ubicada en el cerebro, concretamente en el sistema límbico, En tanto, la corteza prefrontal, encargada de la razón y el autocontrol, regula los impulsos y toma decisiones racionales. En momentos de estrés, la amígdala puede tomar el control y bloquear el pensamiento lógico, generando reacciones exageradas antes de que la razón pueda intervenir. 

Se lo conoce como secuestro amigdalar, término acuñado por el psicólogo Daniel Goleman en su libro «Inteligencia Emocional» (1995), basado en las investigaciones del neurocientífico Joseph LeDoux. Describe esta incapacidad momentánea de procesar una situación que puede llevarnos a comportamientos impulsivos y al arrepentimiento posterior.

Es un mecanismo automático e inconsciente de nuestro cerebro cuando percibe una amenaza y busca protegernos, como si nuestra vida dependiera de ello. Pero en la vida cotidiana se activa en contextos que no ponen en riesgo nuestra integridad física, sino nuestra identidad, nuestro valor o nuestra seguridad emocional.

En la eventualidad de que esto derive en enfermedad mental, es fundamental buscar orientación profesional y apoyo médico especializado. En cualquier caso, un paso primordial para comprender y buscar desactivar este tipo de reacciones es la autoobservación honesta.

 

 

El enojo como reflejo de una emoción más profunda

La clave está en comprender qué emoción está en la raíz de esta reacción.

En la mayoría de los casos, el enojo desmedido esconde miedo. No miedo en el sentido tradicional, sino la sensación de peligro que se dispara cuando nos sentimos amenazados por lo que el otro dice, hace o representa para nosotros.

Alguien hace un comentario, una mirada nos incomoda, una actitud nos desestabiliza, y de inmediato surge la respuesta automática.

Pero, no es la situación en sí lo que nos altera, sino lo que interpretamos de ella. Si observamos más de cerca, encontraremos que lo que realmente nos afecta no es la acción del otro, sino la forma en que la vivimos internamente.

 

«Es sabio dirigir el enojo hacia los problemas, no hacia la gente.»

William Arthur Ward

 

Las emociones ocultas detrás de la pérdida de control

Hay ciertos patrones emocionales que suelen estar en la raíz de nuestras reacciones más intensas.

El enojo no aparece de la nada. Siempre tiene un origen más profundo, aunque no lo veamos con claridad en el momento y por eso reaccionamos de manera desmedida.

Cuando sentimos ira hacia alguien, muchas veces lo que hay en el fondo es miedo. Miedo a perder el control, a que nos dañen, a ser desvalorizados.

La intolerancia hacia el otro puede ser el reflejo de una rigidez interna, de una necesidad de que todo encaje dentro de lo que consideramos aceptable. La insolencia o la descalificación pueden nacer de la inseguridad, del temor a no tener razón o a ser cuestionados.

 

La paradoja que desnuda el secuestro emocional

Lo irónico es que, cuando creemos que estamos imponiendo nuestra postura con enojo, en realidad estamos perdiendo el dominio sobre nosotros mismos.

La sensación de poder que acompaña a la ira es una ilusión. Lo que en verdad ocurre es que la emoción tomó el control y nos dejó sin opciones.

 

 

El verdadero significado de una reacción emocional intensa

Cada vez que perdemos el control, en realidad estamos mostrando algo que no podemos reconocer en ese momento. El enojo, la indignación, la necesidad de imponerse o de demostrar algo son señales de que, en el fondo está la emoción original intentando salir a la superficie.

Identificar el secuestro amigdalar nos ayuda a evitar patrones de conflicto repetitivos. Pero el desafío no está en reprimir la reacción o solo recurrir a técnicas para gestionarla, ya que suelen ser ineficaces o insuficientes.

Lo importante es preguntarnos:

  • ¿Qué en concreto de esta situación o de esta persona me activa emocionalmente?
  • ¿De qué manera lo que sentí cuando reaccioné desmedidamente toca aspectos de mí?
  • ¿Qué hay detrás de lo que siento y que no había visto antes?
  • ¿Mi reacción tiene raíces en experiencias de infancia? ¿De quién aprendí a reaccionar de esta manera ante situaciones similares?
  • ¿Qué creencias sobre mí mismo/a y los demás se activaron en este momento?
  • ¿Qué necesidades no resueltas se activan en este momento?

 

La reacción también muestra el recurso para integrar lo reprimido

Si en lugar de quedarnos atrapados en la reacción observamos su origen, podemos descubrir que la emoción no es el problema, sino el mensaje. Lo que sentimos no está ahí para ser controlado, sino para ser comprendido.

Cuando logramos ver el miedo detrás del enojo, la inseguridad detrás de la rigidez o la vulnerabilidad detrás de la intolerancia, la emoción pierde su intensidad. Y se convierte en una valiosa herramienta de autoconocimiento.

 

 

Inversión de pensamiento: lo que intentamos reprimir es un tesoro

Una reacción intensa nos ofrece información incuestionable que puede sernos muy útil. Nos permite poner blanco sobre negro, nos da una claridad que las emociones sociales suelen enturbiar.

Nos permitirá comprender el resentimiento que tal vez guardamos hacia papá, a quien juzgamos por habernos abandonado. La impotencia que sentimos ante un familiar abusador y la angustia que sentimos ante el silencio de quien nos debía proteger. O la rabia que nunca expresamos ante las humillaciones de mamá cuando éramos pequeños.

Al comprender la energía primordial detrás del secuestro emocional que suele dominarnos, podremos dar un paso más hacia la integración de nuestra historia emocional y convertirnos en adultos emocionales.

 

«La ira es una gran fuerza. Si la puedes controlar, puede ser transformada en un poder que puede mover el mundo entero.»

William Shenstone

 

Pensar y sentir: integrar en lugar de reprimir

No se trata de elegir entre la razón o la emoción, sino de permitir que ambas se encuentren en equilibrio. Pensar y sentir no deben ser enemigos.

La clave no está en evitar sentir ni en justificar cada pensamiento, sino en aprender a escuchar lo que nuestras reacciones nos dicen sobre nosotros mismos. Al desarrollar autoconciencia, ganamos la capacidad de responder con asertividad y paz, en lugar de reaccionar impulsivamente.

La próxima vez que sientas que el enojo te domina, en lugar de actuar en automático, hazte una pregunta: ¿qué es lo que realmente me molesta de esta situación?

Tal vez descubras que la respuesta no está en el otro, sino en algo dentro de ti que pide ser visto.

 

 

Si quieres seguir profundizando sobre este tema, puedes acceder a este material en nuestro canal de Spotify y de YouTube:

 

En este pódcast, Enric y David Corbera reconceptualizan la violencia para comprender cuál es el verdadero origen de la misma. Con ejemplos ilustrativos, ofrecen herramientas para gestionar no solamente la agresividad propia sino también la del entorno.

 

En este video, David Corbera realiza un acompañamiento partiendo de un motivo de consulta relacionado con enfados frecuentes con la pareja y la madre. ¿Te atreves a generar algo de caos para vivir la vida que quieres?

 

 

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Diplomado en Bioneuroemoción®

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