Las emociones pueden ser jaulas invisibles o alas que nos impulsan. Al observarlas, descubrimos qué nos retiene y qué nos libera.
En ellas reside el poder para sanar heridas y transformar el dolor en impulso para avanzar. ¿Cómo aprender a usarlas como motor de crecimiento?
Las emociones nos proporcionan la energía que necesitamos para actuar. Su función es ayudarnos a adaptarnos a las diversas situaciones que atravesamos en la vida y, en última instancia, a sobrevivir.
Nos permiten sentir rabia ante la injusticia y alegría ante un triunfo. Nos dan el miedo prudencial que nos evita un peligro y nos inspiran el amor hacia un hijo recién nacido.
Son reacciones fisiológicas que nos permiten conectar la mente con el cuerpo. Así, al estar vinculadas con nuestras necesidades más biológicas, no podemos juzgarlas como buenas o malas, sino necesarias.
Ellas son nuestras más fieles mensajeras: nos revelan el hilo conductor de nuestros programas inconscientes. Esta información, acumulada en nuestra psique, proviene de nuestra herencia familiar y del aprendizaje durante nuestro desarrollo.
Cuando nuestras reacciones son excesivas, descubren de forma explícita y reveladora esta información que yace en nuestro inconsciente. Ante una situación de estrés, surge una emoción que nos desestabiliza, permitiéndonos recorrer nuevamente el camino que dejó huella en nuestra psique.
Estos momentos son un tesoro: podemos dejarnos llevar y responder igual que siempre, o parar y observarnos. La vida nos está invitando a indagar de dónde procede esta reacción y descubrir qué aprendizaje nos ofrece esa situación.
Al tomar conciencia de nuestros estados emocionales, disminuye la intensidad con la que los experimentamos. Atenderlos, entonces, nos permite salir fortalecidos de cada dificultad.
«Las emociones son brújulas que nos guían en la vida.»
Antonio Damasio
La mayoría de las personas no hemos recibido una educación emocional adecuada. Es posible que de pequeños nos enseñaron a callar lo que sentimos y a creer que hay emociones buenas o malas.
Cuántas veces hemos escuchado «Los niños no lloran» o «A papá no se le contesta mal».
Así, paulatinamente, nuestro verdadero sentir quedó reprimido y hasta olvidado. Creíamos que, si no expresábamos lo que sentíamos, el malestar desaparecería.
No podemos «aprender a emocionarnos», a estar tristes o alegres, porque nuestro cuerpo expresa las emociones de manera espontánea. Tampoco podemos extinguir lo que ellas reflejan.
Tal vez en nuestra familia expresar rabia estaba mal visto y aprendimos a tragarnos la bronca. Pero eso no quiere decir que no la sintamos.
Lo que callamos siempre encontrará una manera de expresarse, ya sea aumentando su intensidad o incomodándonos al punto de afectar nuestra salud física y psicológica.
Lo que se puede regular es el grado y el modo en el que una emoción se expresa. No bloqueándola desde lo conductual, sino comprendiendo su causa para desaprender sus patrones limitantes.
El neurocientífico y profesor Antonio Damasio sostiene que, para llegar al origen de un conflicto, es fundamental reconocer dos tipos de emociones.
La primera es la emoción primaria u oculta, que es aquella que se sintió en un momento de impacto, pero que se reprimió por no ser aceptada socialmente. La segunda es la emoción secundaria o social, esta es la que sí se pudo expresar por estar validada por la familia.
Esto significa que las emociones que mostramos habitualmente, las que no nos avergüenzan, esconden otra emoción: una más profunda y genuina. Este sufrimiento que no nos permitimos expresar por tabúes o creencias es el que debemos reconocer para lograr una verdadera coherencia.
Cuando hablamos de gestionar las emociones no nos referimos a contenerlas o a expresarlas de cualquier modo. Tampoco es suficiente analizar su origen desde la razón.
El desafío será reconocer los beneficios inconscientes que obtenemos con nuestro comportamiento; esa zona de confort que nos mantiene en una especie de resaca emocional.
Esto nos reta a asumir el cambio que nos propone cada situación.
Puedo sentirme víctima ante cada pareja violenta porque mi madre callaba ante los abusos de mi padre. O puedo dejar de ser leal a ellos y actuar con firmeza ante el próximo insulto, porque decidí una vida distinta para mí mismo/a.
Al entender lo que nos pasa, y las creencias y herencias emocionales detrás de nuestras acciones, cambiamos la forma de ver aquello que nos dañaba. Así, la gestión emocional cambia de foco, ya no se centra en el impacto de nuestras reacciones sino en nuestro autoconocimiento.
Para procesar lo que sentimos, es necesario permitirnos transitar esa emoción, sin juzgarla. Simplemente, atrevernos a sentirla y acogerla sin buscar responsables.
También es muy útil reconocer que lo que sentimos sucede en un momento determinado. Esto nos ayuda a evitar extender lo que sentimos en el tiempo, centrándonos en el aquí y ahora.
Por ejemplo, podemos decir: «En este momento siento tristeza, alegría o enojo, etc.».
Hay una diferencia muy grande en decir: «Tuve un día desastroso», «Estoy furioso», a decir: «Cuando estaba atascado en el tráfico sentí mucho enojo».
Un siguiente paso para regular la intensidad de lo que sentimos sería atrevernos a reformular nuestra percepción de lo sucedido y desafiar las creencias que hay detrás.
¿Qué me exijo para que mi día no sea «desastroso»? ¿De quién aprendí esta reacción de furia ante algo que no puedo resolver, como el tráfico?
“No olvidemos que las pequeñas emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin darnos cuenta.”
Vincent Van Gogh
Cambiar cómo percibimos lo que sentimos y vivimos requiere abrirnos a una mayor conciencia emocional.
Las emociones nos invitan a reconocerlas, aceptarlas y convertirlas en aliadas. Al observarlas sin juzgarlas y permitir que se expresen, descubrimos en ellas claves para entendernos y crecer.
La autoindagación es el camino que nos lleva a descubrir el origen del sufrimiento. Nos lleva a comprendernos y comprender, a perdonarnos y perdonar, a liberarnos y liberar.
Las emociones nos guían, abren puertas en nuestro interior, nos conectan con el cuerpo, con nuestros deseos, anhelos, miedos y limitaciones.
Son los vientos de nuestra vida y, dependiendo de cómo las manejamos, nos pueden arrastrar o darnos la energía para dirigirnos hacia nuevos horizontes.
Si quieres seguir profundizando sobre este tema, puedes acceder a este material en nuestro canal de Spotify y de YouTube:
A través de un caso práctico, David Corbera muestra en este pódcast cómo nuestras emociones y sentimientos repercuten en nuestra forma de comportarnos y responder ante un conflicto.
En este video, Enric Corbera reflexiona sobre los mecanismos que nos llevan a sentir lo que sentimos. ¿Sabes que tus sentimientos hablan más de ti que de los demás?
Si quieres conocer más acerca del método de la Bioneuroemoción y cómo aplicarlo en tu vida para aumentar tu bienestar emocional, síguenos en nuestras redes sociales: YouTube, Instagram, Facebook, X y LinkedIn.
Comparte en los comentarios si te ha resultado interesante este artículo y compártelo con quien creas que le puede resultar útil esta información. ¡Gracias por tu interés!