En un mundo donde el conocimiento académico parece dominarlo todo, hay una dimensión mucho más profunda que a menudo pasamos por alto: el aprendizaje emocional. No es solo una herramienta para mejorar el rendimiento en las aulas, sino un motor esencial que impulsa el crecimiento de nuestros hijos, estudiantes y de nosotros mismos.
¿Cómo te desafías a ti mismo ante el reto de guiar a otros a su propio desarrollo integral?
Aprender a gestionar e integrar las emociones transforma el aula, pero también forma personas más completas, empáticas y resilientes. Las hace capaces de enfrentar la vida con sabiduría.
La educación emocional no solo persigue el éxito académico, sino que busca un bienestar integral y el equilibrio entre mente y corazón. Es clave para una vida plena.
Para los docentes, enseñar estas competencias va más allá de lo académico. Implica ser un modelo a seguir, mostrando estas habilidades en su propia vida. Solo así podrá crear un entorno donde los estudiantes aprendan a conocerse y comprender a los demás.
Desde una edad temprana, las emociones influyen en la capacidad de aprendizaje de los niños, por lo que el aprendizaje emocional es esencial en la educación. Este proceso integra conocimientos, actitudes y habilidades que permiten abordar las emociones de manera saludable, mostrar empatía y tomar decisiones responsables.
Por ejemplo, un niño que no sabe cómo manejar su ansiedad ante una exposición, o un adolescente que no ha aprendido a transitar su miedo al fracaso, verán afectado su desempeño académico.
Estos estados emocionales actúan como bloqueos que impiden el uso óptimo de las capacidades cognitivas. Y ello limita no solo el aprendizaje, sino también el desarrollo personal.
Las crisis son, muchas veces, una manifestación de la lucha interna entre la percepción que tenemos de nosotros mismos y nuestras reales capacidades.
Allí es donde el aprendizaje emocional se convierte en un recurso indispensable para ayudar a los estudiantes a reconocer y abordar sus emociones, permitiéndoles superar obstáculos y alcanzar su potencial.
No obstante, el aprendizaje emocional no solo es relevante para los estudiantes, sino que comienza en los docentes.
Los profesores tienen la responsabilidad de ser modelos de comportamiento emocional, lo que implica mostrar vulnerabilidad y honestidad. Al hacerlo, pueden crear un espacio seguro para que los estudiantes exploren sus emociones y aprendan a manejarlas de manera constructiva.
Por ejemplo, un maestro que se defiende constantemente, ocultando sus propias emociones, solo reforzará la idea de que expresar vulnerabilidad es una debilidad. Sin embargo, aquel que muestra su humanidad, admitiendo cuando no tienen todas las respuestas o cuando necesitan apoyo, permite a los estudiantes sentirse seguros al compartir sus propios desafíos emocionales.
«Lo que el maestro es, es más importante que lo que enseña.»
Karl A. Menninger
No se trata de un conjunto de habilidades que se enseñan de manera teórica. El aprendizaje emocional es una experiencia vívida.
A través de la autoobservación y la práctica consciente, los estudiantes y docentes pueden desarrollar una mayor comprensión de sus propios procesos emocionales, lo que les permite manejar situaciones complejas con mayor eficacia.
Este tipo de aprendizaje está directamente relacionado con la capacidad de comprender las emociones y transformarlas en una fuente de crecimiento.
Aunque a menudo las emociones son vistas como obstáculos, las podemos convertir en catalizadores para el desarrollo personal propio y de nuestros alumnos. Al enseñar a los estudiantes a observar sus emociones sin juzgarlas, y a identificar los pensamientos y creencias que las originan, les brindamos la oportunidad de actuar de manera más adaptativa y consciente.
En este proceso, los profesores juegan un papel crucial. Como mentores, tienen la capacidad de guiar a los estudiantes en su propio viaje de autodescubrimiento, enseñándoles a utilizar sus emociones como una herramienta para el crecimiento personal.
Para ello, es esencial que los docentes también se embarquen en este proceso de aprendizaje emocional, ya que solo pueden enseñar lo que ellos mismos han experimentado.
Esta pregunta es fundamental para comprender cómo funciona nuestra mente. Durante la infancia, las creencias familiares se absorben sin filtro, lo que influye profundamente en la forma en que interpretamos el mundo.
Estas creencias inconscientes se manifiestan más tarde como emociones y, finalmente, se racionalizan en pensamientos y sentimientos. Es un ciclo que perpetúa nuestras creencias limitantes, a menos que tomemos conciencia de él.
El aprendizaje emocional ofrece una forma de romper este ciclo. Al reconocer las creencias subyacentes que alimentan nuestras emociones, podemos empezar a cambiarlas y, en consecuencia, transformar nuestras respuestas emocionales.
Este proceso de «darnos cuenta» es esencial para desarrollar una mayor resiliencia emocional y afrontar los desafíos de la vida con una actitud más adaptativa.
Un maestro que inspira no es aquel que tiene todas las respuestas, sino el que actúa como mentor y guía en el proceso de aprendizaje emocional de sus estudiantes. Estos profesores no solo enseñan contenido académico, sino que también fomentan un espacio donde los estudiantes pueden explorar sus emociones y desarrollar habilidades sociales y emocionales.
Pero el punto de partida es su propia vivencia. Los profesores que son capaces de mostrar vulnerabilidad y compartir sus propias experiencias emocionales ayudan a sus estudiantes a sentirse más cómodos con sus propias emociones.
Estos docentes crean un ambiente de confianza donde los chicos pueden expresar sus sentimientos sin temor al juicio, lo que facilita un aprendizaje más profundo y significativo.
«Dime y lo olvidaré, enséñame y lo recordaré, involúcrame y lo aprenderé.»
Benjamin Franklin
El aprendizaje emocional no solo es crucial para los estudiantes, sino también para los docentes, ya que les brinda herramientas para profundizar en su propia autoindagación y crecimiento personal. A medida que los profesores desarrollan una mayor comprensión de sus emociones y de las de los demás, se convierten en guías más empáticos y resilientes.
Este proceso requiere tiempo, práctica y la disposición a ser vulnerables, escucharse a sí mismos y a sus alumnos. A largo plazo, la educación emocional transforma la vida del docente, no solo la del alumno, convirtiendo la enseñanza en una oportunidad para el crecimiento mutuo y la auténtica conexión.
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