El sobrepeso no siempre es una cuestión física. A menudo, detrás de cada kilo que sobra se ocultan traumas no resueltos, bloqueos mentales y la búsqueda inconsciente de llenar vacíos afectivos. Abordarlos requiere de valentía y paciencia.
La relación entre nuestras emociones y los hábitos alimentarios es un tema de vital importancia para entender por qué, en una sociedad inundada de información sobre nutrición y dietas, el problema del sobrepeso sigue en aumento.
Detrás de los desajustes en el peso corporal hay una historia esperando ser comprendida. ¿Te animas a descubrir la conexión invisible que tiene con el sobrepeso?
La conexión es clara: el estrés y la falta de gestión emocional tienen un impacto directo en el cuerpo. Cuando el estrés se vuelve crónico y no se le da una salida adecuada, el organismo entra en un estado sostenido de alarma.
“Las reacciones físicas son solo una forma en que los problemas que nos inquietan pueden expresarse inconscientemente.”
Carl G. Jung
Guardar, como lo haría una sociedad frente a tiempos de escasez, se convierte en la solución biológica básica para muchas personas. El cuerpo almacena grasa, como si anticipara un peligro inminente que nunca llega, pero que siempre parece estar a la vuelta de la esquina.
Es frecuente encontrar sobrepeso en descendientes de inmigrantes que huyeron de las hambrunas o de la guerra. Inconscientemente, buscan protegerse del hambre o comiendo por sus familiares que no han podido hacerlo.
Para las personas con sobrepeso, alimentarse no es solo una respuesta fisiológica al hambre. Es una reacción emocional frente a lo que experimentan como desafíos cotidianos, aunque detrás se esconden programas inconscientes que no logran abordar.
Ante la incertidumbre, la ansiedad o la tristeza, recurrimos a la comida como si fuera una manta que nos protege del frío de la vida.
Este «alimento emocional» actúa como un placebo, un consuelo momentáneo, que nos permite evitar enfrentar lo que verdaderamente nos inquieta.
Uno de los ejemplos más claros de esta relación entre las emociones y la alimentación son los bloqueos emocionales.
Una persona puede estar estancada en una situación de estrés —por una relación rota, problemas laborales o una pérdida personal— y, a pesar de llevar una dieta saludable y hacer ejercicio, no logra perder peso.
El cuerpo, en su sabiduría biológica, sigue almacenando grasa porque interpreta ese bloqueo emocional como un peligro. Es un conflicto no resuelto del que debe protegerse.
Habitualmente consideramos un bloqueo como la incapacidad para avanzar. Sin embargo, solo mirar hacia adelante puede ser un camino infructuoso. Se trata de ir hacia la raíz de lo que generó ese bloqueo.
Sin hacer ese camino “hacia atrás” para ver qué me impide destrabar lo que me tiene atado/a, las visualizaciones de adonde quiero llegar no suelen ser efectivas.
Muchas personas colocan en la nevera la imagen de alguien en buena forma física para inspirarse. Tal vez no sea suficiente mirar hacia adelante, sino a la par, hacer ese camino compasivo y valiente hacia el origen de mis lealtades o mandatos que me llevaron al sobrepeso que tengo hoy.
“Come bien para que así puedas cuidar de tus hermanos”; “Si me vuelvo obeso/a no seré atractivo/a y no querrán abusar más de mí”; “Comer con papá es lo único que hacemos juntos y deseo pasar tiempo con él”, son ejemplos de órdenes que seguíamos de pequeños y, sin darnos cuenta, mantenemos.
En muchos casos, la simple salida de esa situación permite la pérdida de peso, sin necesidad de agotarse con dietas estrictas o entrenamientos excesivos, ni exponerse a un trastorno alimentario que ponga en riesgo la salud.
Desde que estamos en el vientre materno, las emociones que nuestra madre experimenta pueden influir en nuestra relación futura con la comida.
Por ejemplo, una mujer que se vio sola y sin trabajo durante el embarazo tiene miedo de no poder dar lo básico a su hijo. La ansiedad por la escasez de alimento y apoyo puede imprimir un patrón en ese hijo que está viniendo.
Estos patrones emocionales heredados pueden condicionar de manera crítica nuestra vida adulta, llevándonos a buscar en la comida lo que no recibimos en afecto o seguridad.
Muchas familias celebran, consuelan y conectan a través de la comida. El amor, la atención y la aprobación a menudo se confunden con la cantidad de comida que se ofrece o se consume.
“¿No vas a terminar el plato de tu comida favorita que preparé para ti?”, “El chocolate es bueno para los momentos de tristeza”, “Toma este dulce, así dejas de llorar”, seguro hemos escuchado con frecuencia.
Crecer en un entorno donde el alimento es sinónimo de cariño puede generar un apego emocional que es difícil de romper en la vida adulta. La manera en que nuestros padres enfrentaron el hambre o la carencia influyen en cómo almacenamos grasa.
Entender estas dinámicas es crucial para romper el ciclo del sobrepeso.
No es necesario vivir para siempre bajo el yugo de las emociones no resueltas. La clave está en tomar conciencia de estos patrones y comenzar a cambiarlos, poco a poco.
Es crucial preguntarse: «¿Por qué como de esta manera o este tipo de alimentos? ¿Qué emociones estoy intentando llenar con estos hábitos?».
Esta introspección es el primer paso para dejar de usar la comida como respuesta automática al estrés o a condicionamientos inconscientes. Al identificar por qué comemos sin hambre real o sin disfrutar de la comida, rompemos ese ciclo y renovamos nuestra relación con el cuerpo y su cuidado.
Apelar solo al cambio de conducta suele ser muy frustrante. Nos ponemos un corsé y censuramos lo que nuestro cuerpo nos está queriendo decir a través del hambre emocional.
Aprender a reconocer, aceptar y procesar las emociones de forma saludable puede tener un impacto profundo en la relación con la comida. Ellas son las mensajeras de las lealtades familiares, las herencias emocionales y los bloqueos que subyacen en nuestra compulsión por comer.
Hay que desatar esos nudos mentales que nos mantienen atrapados en un ciclo de sobrepeso. Luego sí, la calidad y cantidad de alimentos que ingerimos, el ejercicio físico, y otras herramientas como la meditación, las visualizaciones, etc. serán más efectivos.
“Haz que tu alimento sea tu medicina, y tu medicina, tu alimento.”
Hipócrates
Es fundamental entender que cambiar la relación con la comida no es un proceso rápido ni sencillo. Requiere tiempo, paciencia y, sobre todo, compasión con uno mismo.
Sin embargo, quienes han logrado romper con este ciclo emocional de comer compulsivamente muchas veces experimentan que el peso empieza a perderse de manera natural, sin grandes sacrificios ni privaciones extremas.
El cuerpo, al fin y al cabo, es un reflejo de nuestras emociones.
Cuando nos encontramos en paz con nosotros mismos, cuando aprendemos a afrontar el estrés y las emociones de manera honesta y profunda, el cuerpo responde de la misma forma: libera lo que ya no necesita, incluyendo esos kilos de más que, al final, solo son una manifestación externa de lo que ocurre en nuestro interior.
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