¿Eres la misma persona frente a tu grupo de amigos que frente a tus padres? ¿Y en el trabajo y en tu vida personal? Con las diferentes personas o situaciones solemos usar una máscara, una manera distinta de relacionarnos.
Esto no es bueno ni malo, es necesario para relacionarnos con el entorno cambiante y variado en el que transcurre la vida. Sin embargo, puede ser más o menos beneficioso dependiendo de la conciencia desde la que lo hacemos.
En este artículo, exploramos cómo las máscaras que usamos pueden ocultar nuestra autenticidad. Y cómo usarlas conscientemente, sin olvidar quiénes somos realmente, puede llevarnos a una mayor libertad emocional.
En el teatro griego, la denominación “máscara” se originó en la palabra káara, que ha evolucionado al español “cara” para designar el rostro. De aquí surgió el teatro tal como lo conocemos hoy.
Con el significado de “cara adicional” (más-cara), esta palabra es utilizada para designar los diversos roles de un individuo. Es decir, la personalidad que mostramos en sociedad suele ser distinta de la que tenemos en la intimidad.
Asimismo, la palabra “persona” proviene del latín personare, que significa “resonar a través de una máscara”. A día de hoy, tal como en las obras de la antigua Grecia, seguimos usando diferentes máscaras para representar diferentes aspectos de nosotros.
El carnaval nació en las “fiestas de locos” de la época medieval cristiana. A través de la sátira y la parodia dirigida a las autoridades y figuras públicas, se invertían las normas y los roles establecidos.
La liberación provisional de las reglas sociales, sexuales y jerárquicas significaban una válvula de escape para hacer más llevadera la represión de ciertos aspectos de la personalidad a la que se sometían los individuos.
Así, a lo largo de la historia los carnavales han servido de liberación, no sólo de la jerarquía social imperante, sino también de las máscaras que las personas se sentían obligadas a llevar en su vida.
La máscara social es una imagen que mostramos de nosotros mismos en momentos concretos ante las personas con las que nos relacionamos. No es que no seamos ninguna de esas máscaras, sino que las usamos para adaptarnos socialmente.
Y así, vamos generando habilidades y tipos de comportamientos con las que nos acabamos identificando.
¿Has sentido alguna vez que te comportas con alguien de alguna manera con la que no te identificas?
No nos mostramos igual cuando, por ejemplo, hablamos con un reclutador para conseguir un trabajo que cuando lo hacemos con un amigo muy cercano.
Hacerlo podría transmitir un mensaje confuso sobre nosotros mismos. Si bien son máscaras distintas, son necesarias para adaptarnos a la situación y al tipo de relación.
La importancia radica en que sepamos diferenciar nuestro comportamiento y entendamos el sentido de cada una de ellas.
“¿Qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca?”
La influencia de nuestra familia y la educación que hemos recibido generan tendencias en nuestro comportamiento que nos sirven para relacionarnos con nuestro entorno y ser aceptados en él.
Si por ejemplo, en mi infancia tuve que ayudar en la crianza de mis hermanos porque mis padres trabajaban, de mayor asumo la máscara del que siempre ayuda y estoy pendiente excesivamente de los demás, incluso encargándome de cosas que no me corresponden.
Tomar conciencia de este exceso y de que este comportamiento ya no se adapta a mi situación actual me abre la puerta a una mayor libertad emocional. Quizás es hora de dejar que otros me apoyen o soltar responsabilidades que no me pertenecen.
Hay situaciones en las que la máscara, en lugar de ser una herramienta adaptativa pasa a apoderarse de nuestra verdadera identidad.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche explicó que la máscara se desarrolla en relación con un fin o necesidad social, que es lo que crea el “falso yo”. Este “falso yo” serían los muchos ´yo´ fragmentados de nosotros mismos que mostramos a lo largo de nuestra vida.
Según el propio Nietzsche, una de las versiones del ideal humano es la del “superhombre”, entendiendo a éste como la persona que crea sus propios valores en lugar de la que sólo se adapta a las tradiciones o ataduras. Con esto nos anima a superarnos y evolucionar reconociendo nuestro poder y autonomía.
“El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”.
Friedrich Nietzsche
Una máscara sólo es inadecuada cuando la usamos para ocultar nuestra autenticidad en lugar de expresarnos con confianza y libertad. Aferrarnos a ella refleja que hay una parte de nosotros que nos da miedo mostrar.
Por ejemplo, alguien que se obliga a sonreír constantemente cuando está en una reunión familiar, pero esconde el deseo de no estar ahí. En tanto, con los amigos expresa su alegría o habla con soltura de sus problemas.
¿Qué consigo al querer que la otra persona me vea feliz cuando, en el fondo, me siento molesto o triste? Tal vez asumí de pequeño/a que debía aparentar estar bien porque veía a mi madre deprimida y no quería preocuparla.
Tenemos miedo de afrontar qué ocurrirá si recuperamos las partes de nosotros que ocultamos para sobrevivir y ser aceptados. Atrevernos a hacerlo nos aportará nuevos impulsos y energía.
Una máscara también se puede convertir en algo positivo. Si en mi infancia tuve que cuidar de mis hermanos, de mayor puedo aprovechar esa habilidad desarrollada y ser una gran enfermera o un buen profesor, convirtiendo así mi máscara en un don.
Recordemos que los demás solo son nuestros maestros para conocernos. En la vida necesitamos esas máscaras y tenemos que mirar quienes son los actores con los que estamos haciendo teatro.
Toda máscara es circunstancial y evolutiva. Las diferentes caras que mostramos a nuestro entorno forman parte de la misma persona: nosotros.
Elige quién quieres ser en cada momento, sin miedo a perder ni a perderte, sino con todo el amor que tienes para dar.
Ser conscientes de qué máscara representamos en cada momento nos va a permitir desprendernos de las que ya no nos sirven para ir descubriendo la persona que deseamos expresar al mundo. Sentirnos aceptados por los demás empieza por aceptarnos a nosotros mismos.
Así, podremos dejar de identificarnos con ellas y renacer con más seguridad y una identidad reforzada, a ese “superhombre” o “supermujer” que llevamos en nuestra esencia.
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