La Navidad es una festividad que está llena de simbolismos y rituales muy significativos, si los realizamos con conciencia. Sin embargo, hoy vemos cómo para muchas personas esta celebración ha cobrado un sentido muy comercial y donde los reencuentros no siempre son felices.
Pero somos cada uno de nosotros los que determinamos qué Navidad queremos vivir. Porque, más allá de las tradiciones, lo que le da su carácter especial es la intención y la coherencia con que las vivimos.
Un ritual es un conjunto de acciones ceremoniales inscritas en una tradición cultural específica donde poseen un valor simbólico. Se han utilizado desde el inicio de los tiempos para generar vínculos con la comunidad y un sentimiento de identidad.
A su vez, dentro de cada ritual existen muchos símbolos como, por ejemplo, en la celebración de la Navidad.
En muchas culturas se celebra la llegada del Espíritu de la Navidad con rituales de limpieza, purificación y agradecimiento. Es concebido como una energía que trae paz, amor, armonía, alegría y prosperidad para los seres humanos.
En Nochebuena y en Navidad se encienden velas y se organizan reuniones con familiares y amigos para compartir comidas abundantes y brindar juntos. Cada cultura vive sus tradiciones navideñas para simbolizar amor, abundancia y armonía.
“En su esencia, todo rito simboliza y reproduce la creación.”
J. Cirlot
El símbolo es la forma de exteriorizar un pensamiento o idea, por eso es algo viviente que está en continua transformación de acuerdo a la conciencia con la que nos asociemos a él.
Sus significados sólo cobran vida cuando nosotros les damos valor. Por eso, cuando hacemos un ritual, la intención y la emoción serán las verdaderas semillas de todo lo que queremos celebrar o atraer a nuestras vidas.
El solsticio de invierno se caracteriza por tener la noche más larga del año en el hemisferio norte. Además del árbol de Navidad, entre los símbolos más conocidos en las tradiciones navideñas está la estrella de Belén y, con ella, las luces decorativas que adornan hogares y ciudades enteras.
Ella representa la guía que ilumina al hombre en el sendero de su vida. En las noches más largas, donde permanecemos más tiempo en penumbras, poner luces nos recuerda que con ellas puede resurgir nuestra propia luz.
El ciclo de la existencia y de la naturaleza sigue su curso en un baile de polaridades que nos invita a transitar nuestras experiencias aceptando y agradeciendo el tránsito y el movimiento, pues sin ellos no habría “vida”.
A veces serán otros los que nos recuerden o ayuden a reconectar con nuestra fortaleza interna. Otras tantas, seremos nosotros los que inspiremos a quienes nos rodean a encontrar su propia luz.
En cierta ocasión observando la naturaleza, Carl Jung retomó lo que se expresa en los ritos del dios solar Mitra:
“Soy una estrella que camina con vosotros y brilla desde lo hondo”
Lo mismo ocurre en nuestra vida: sólo entrando en nuestra oscuridad reconoceremos nuestra luz. Porque atendiendo nuestras heridas más profundas es como podremos visibilizar los tesoros que esconden para hacerlos brillar.
“En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible.”
Albert Camus
En las sociedades primitivas se creía que el regalo unía con lazos invisibles a quienes daban y recibían. Dato curioso, las personas regalaban sólo cosas elaboradas por ellas mismas o frutos de la propia cosecha.
Por ejemplo, hace más de 3 mil años, cuando los fenicios llegaban a un país, antes de hablar de negocios intercambiaban regalos con los lugareños. Luego, esa costumbre fue replicada en diferentes momentos del año, tal es el caso de la Navidad.
Los obsequios y regalos nos recuerdan la importancia del equilibrio entre dar y recibir. Lo que brindas a la vida es lo que recibes de ella.
El lado comercial de la Navidad ha desvirtuado para algunos el verdadero significado de los regalos. Muchas personas juzgan el enfoque de esta costumbre sin darse cuenta que pueden elegir dejar de hacerlo o bien mirarlo como una manera de compartir y de fortalecer los vínculos con su entorno.
Dependiendo de cómo la percibamos, la misma acción nos puede generar incomodidad o disfrute y alegría. Es decir, experimentamos el juicio que emitimos, somos nosotros los que damos o quitamos valor a las cosas.
Tradicionalmente las familias se juntan para compartir la Nochebuena y la Navidad. Quienes viven lejos viajan para tener un reencuentro, incluso los que no quieren participar lo hacen por compromiso. Esto puede generar discusiones y desencuentros.
Mientras algunos desearían pasar estas fiestas en soledad, otros las sufren por sentirse solos o no tener con quien compartirla. Observando esto parecería que pocos viven con entusiasmo esta celebración.
Sin embargo, el problema no es la Navidad ni sus tradiciones.
El conflicto surge cada vez que somos incoherentes y que tratamos de cumplir con las expectativas de nuestro entorno. Por ejemplo, cuando asistimos a reuniones que no queremos, cuando guardamos rencor y pretendemos que otros atiendan nuestras necesidades.
Al final de cuentas, lo que marca la diferencia es la coherencia con que elegimos vivir cada día de nuestras vidas. Primero, ante nosotros mismos, luego ante los demás y ante las tradiciones.
En estas fiestas podemos elegir ser conscientes y decidir cómo queremos vivir estas festividades. Lo realmente importante es saber que la intención que queremos darle a nuestras acciones es más importante que las tradiciones en sí mismas.
No son los símbolos navideños, ni los rituales los que traerán abundancia a nuestras vidas, somos nosotros los que hacemos que la Navidad y toda nuestra vida sea plena.
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En este video David Corbera nos invita a reflexionar cómo vivimos la Navidad y que podemos hacer para vivirla con mayor conciencia. ¿Eres de las personas que asiste a los compromisos sin querer hacerlo o eliges vivirla con coherencia emocional?
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