El duelo es un proceso de reajuste emocional y mental que todos enfrentamos al perder a nuestros seres queridos. Una experiencia que puede sumergirnos en un dolor profundo.
Estos eventos nos confrontan con la impermanencia de la vida y nos muestran nuestra vulnerabilidad.
En este artículo, te invitamos a reflexionar sobre cómo transformar el sentimiento de pérdida en una experiencia de gratitud. Además, indagaremos en el propósito que tienen nuestras relaciones, incluso tras su partida.
El duelo es el proceso de adaptación a una pérdida, ya sea real o simbólica. Esto incluye la partida de un ser querido, el fallecimiento de una mascota, el fin de un proyecto, la independencia de un hijo, un cambio de hogar o un divorcio. Cualquier proceso que implique un quiebre profundo que nos produce sufrimiento y nos obliga a replantearnos las cosas.
El proceso de duelo puede ser saludable o «complicado». El verdadero desafío surge cuando nos estancamos en alguna etapa del proceso.
Muchas veces lo transitamos con la expectativa de que deje de doler: tal vez con la fantasía de recuperar lo perdido, de reemplazar ese afecto compartido, o esa estabilidad modificada. Esto es una falacia y puede dejarnos anclados en el pasado.
La forma en que lo vivimos depende de diversos factores, como nuestras creencias, las herramientas de afrontamiento que poseemos y el apoyo que recibimos.
Sin embargo, en medio del duelo, es posible encontrar un espacio sagrado para honrar esa relación. Hay dos caminos: recordar desde el apego, que nos ancla al sufrimiento, o desde la gratitud y horrar la experiencia compartida.
¿Qué situación de pérdida estás viviendo en tu vida? Es importante darle un espacio a esa experiencia, mirarla de frente, sin juicio y acoger todas las emociones que surjan. Reconocer la ansiedad, la depresión y el estrés que nos genera y que incluso puede afectar nuestra salud mental.
Validar lo que sientes es lo que te permitirá transitar de forma saludable tu duelo.
Para ello también es esencial cuestionar nuestras creencias acerca del duelo y elegir cómo queremos vivir esta experiencia. A modo de ejemplo, ¿puedes reconocerte compartiendo algunas de estas creencias?:
“Si no lloras o lloras poco quiere decir que no te importaba”.
“No está bien sentir alegría o incluso alivio ante la pérdida de un ser querido”.
“Tengo que ser fuerte y seguir adelante rápidamente”.
“No puedo ser feliz mientras estoy atravesando un duelo”
«Soy culpable porque podría haber actuado de otra manera en nuestra relación.»
“Algunos duelos son más importantes que otros, mi dolor no es tan válido.»
Estos ejemplos son creencias limitantes que condicionan la expresión natural de nuestras emociones. Mientras que escuchar y sentir lo que estamos experimentando internamente sin juzgarlo nos muestra el camino para atender nuestras verdaderas necesidades.
“La muerte de un ser querido es un hecho inevitable en nuestras vidas. Y el crecimiento que de eso deviene también.”
Jorge Bucay
Según la doctora en psicología Inmaculada Ochoa de Alba, es importante reconocer que el duelo no es un proceso lineal, que es único e individual para cada persona. Incluso, tiene aparentes “retrocesos” que, hoy sabemos, son parte del propio proceso de duelo.
Aunque el dolor es real, enfocarnos únicamente en él puede llevarnos a vivir anclados en el sufrimiento. Por eso es importante decidir cómo queremos vivir nuestro duelo. Podemos hacerlo desde el apego o desde la gratitud.
Reconocer el propósito de nuestras relaciones nos permite estar en paz. Cuando fallece un ser querido o nos separamos de una pareja, es inevitable sentir un vacío en nuestro interior. Sentimos que hay una parte de nosotros que también dejó de existir.
Sin embargo, la ausencia de esa relación puede revelarnos las necesidades que intentábamos llenar a través de ella. Tomar conciencia de esto nos permite recuperar los aspectos que proyectamos en el otro y que, posiblemente, ahora necesitamos integrar en nuestra vida.
“Da igual lo que sea, siéntelo de manera íntima y profunda. Siéntelo todavía un poco más íntimamente, un poco más en profundidad. Siéntelo para ti. Siéntelo para los otros. Y después: déjalo ir.”
Milena Michiko Flasar
¿Qué aprendimos de su presencia? ¿Qué aprendemos de su ausencia? La persona muere, pero no termina la relación. Podemos incentivar las cualidades de esa persona en nosotros: las que nos gustaban y también las que no, aunque suene paradójico.
A modo de ejemplo, si admirábamos la alegría y la capacidad de escucha que nos brindaba, podríamos preguntarnos si sabemos escucharnos a nosotros mismos. También es importante reflexionar sobre en qué aspectos aún no nos permitimos disfrutar de la vida y encarnar la alegría.
El duelo no es solo por la pérdida del ser querido, sino también por la parte de nosotros que desaparece con esa ausencia. Algo dentro nuestro se quiebra, un desgarro que duele profundamente, pero que también abre un espacio para descubrirnos a nosotros mismos.
Aquí, es esencial darnos permiso para sentir, sin presiones ni expectativas. Está bien estar mal, está bien estar confundidos.
Lo importante es validar lo que sentimos y elegir cómo queremos vivir nuestro duelo. Podemos hacerlo desde la gratitud, enfocarnos en lo que esa relación nos dejó. Este enfoque no solo nos ayuda a superar el dolor, sino que es una forma muy amorosa de honrar a quien pasó por nuestra vida.
El duelo, por tanto, puede ser una oportunidad para transformarnos y crecer. No es fácil, pero es posible y, al hacerlo, avanzamos más fuertes, más conscientes, y con el corazón un poquito más sabio.
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