¿Te has encontrado repitiendo comportamientos que deseas cambiar y te preguntas por qué no puedes dejar de hacerlos? ¿Qué beneficio consigues al sabotear tus intentos por mejorar algún aspecto de tu vida? Detrás de esos comportamientos se encuentra una poderosa fuerza: la intención positiva.
La mayoría de nosotros hemos encontrado este tipo de desafíos en algún momento de nuestras vidas. En este artículo explicaremos en qué consiste y cómo hacer consciente esta motivación subyacente para desencadenar cambios significativos en nuestra vida.
Lo que motiva, de manera consciente o no, nuestras conductas es resguardar el propio bienestar. Es lo que se llama intención positiva. Habla del beneficio que se busca, aunque la acción resultante sea negativa, desfavorable o dañina (y, como tal, tendrá su consecuencia).
No se trata de justificar estas conductas, sino de comprender qué estamos buscando de manera interna o inconsciente al realizarlas.
Por ejemplo, el fanatismo detrás de una bandera, aunque pueda provocar conflictos, representa el sentido de identidad de quien la defiende y busca hacerla respetar.
Del mismo modo, una madre sobreprotectora cree que beneficia a su hijo, aunque esto signifique limitar su independencia.
Otro ejemplo claro es el hábito de fumar. Aunque es perjudicial para la salud, la intención subyacente puede ser obtener calma o una sensación de control en medio de situaciones difíciles.
Aunque Sigmund Freud no empleó explícitamente el término «intención positiva» en su trabajo, exploró conceptos relacionados con la motivación y la intención en su teoría psicoanalítica. Sostenía que nuestros comportamientos se fundamentan en los valores aprendidos en el entorno familiar y cultural de nuestra infancia.
Estos se expresan en creencias y herencias emocionales que nos impulsan a actuar por lealtad hacia nuestra familia. Es decir que hacemos lo que hacemos para proteger los valores del sistema cuando sentimos que están en peligro.
El problema viene cuando no somos conscientes de qué nos está moviendo a actuar y perdemos nuestro equilibrio interno.
Imagina que en tu familia se ha ensalzado el trabajo duro y tu empleo actual apenas te permite pasar momentos con tu familia. Tu lealtad hacia los valores familiares te ha llevado a priorizar el trabajo, incluso a costa de sacrificar tus prioridades personales.
Aunque reconoces que necesitas equilibrar tu vida laboral y familiar, estás completamente volcado/a al trabajo, como si estuvieras bajo el efecto de una hipnosis. Esto genera conflictos con la familia y un malestar interno, a menudo acompañado de culpa.
Al tomar conciencia de que actúas para mantener tus valores aprendidos, con la intención positiva de obtener aceptación o reconocimiento, puedes comprender tus motivaciones más profundas. Podrás recuperar el control para tomar decisiones conscientes y equilibradas, libres de condicionamientos del pasado.
Las creencias influyen en nuestra forma de juzgar al mundo porque, al hacerlo, estamos añadiendo parte de nuestra propia historia personal a cada situación.
Al reconocer la intención positiva de mi creencia (la fe en una religión, por ejemplo) puedo observar mis actitudes. Si la considero una verdad absoluta e inflexible, automáticamente me posiciono y me separo de todo lo que no encaje con ella.
Pero puedo tener una creencia religiosa y, al mismo tiempo, estar abierto/a a escuchar y comprender otras opciones y puntos de vista. Habré transformado mi conducta sin perder de vista la intención positiva de mi creencia.
A menudo, en nuestros comportamientos se manifiestan las necesidades de nuestro niño/a interior. Por lo tanto, mirarlos desde el beneficio que podrían ofrecerle a este niño/a nos desafía a desarrollar otra mirada, pues allí se encuentra la intención positiva.
Lo mismo sucede con las conductas del otro, entenderlas puede ser desafiante, sobre todo si nos generan conflictos. Pero al tener en cuenta su intención positiva, podremos relacionarnos sin proyectar nuestros pensamientos sobre el asunto y ser más empáticos.
Por ejemplo, las reuniones familiares nos representan la alegría de compartir momentos con seres queridos, pero nuestra pareja no quiere acompañarnos y reaccionamos con enojo. Sin embargo, en su infancia su padre se ausentaba de las reuniones, lo que aún hoy le genera angustia. Al no ir al evento logra el beneficio de preservar su salud emocional.
Si vemos su intención positiva podemos evitar discusiones y encontrar nuevas soluciones.
Para lograr una visión más integral de las situaciones y reconocer la intención positiva, es clave adoptar un papel de observadores en nuestras vivencias. Esto implica practicar la autoindagación y desarrollar la madurez emocional.
Es nuestro trabajo limpiar las interpretaciones en nuestras interacciones. En lugar de juzgar al otro por lo que “nos ha hecho”, podemos pensar qué creencia está funcionando en nosotros para actuar de ese modo.
Debemos preguntarnos el “para qué” de nuestras conductas. Nos permitirá detectar nuestras necesidades más profundas y plantearnos comportamientos diferentes.
Entonces, si nuestra pareja no muestra interés en asistir a una reunión familiar y reaccionamos con enojo podríamos preguntarnos: ¿Cuál es el beneficio de interpretarlo de esta manera? ¿De qué me está cuidando mi inconsciente?
“Nuestra conducta es la única prueba de la sinceridad de nuestro corazón.”
Thomas Wilson
Cuestionarnos para descubrir qué nos mueve inconscientemente en situaciones repetitivas, se convierte en una herramienta eficaz para conocernos a nosotros mismos y hacer los cambios que deseamos. Y con ello, lograr una conexión más profunda, significativa y real con uno mismo y con los demás.
En consecuencia, nos permite vivir con más autoconciencia y nos empodera para protagonizar nuestra vida.
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