¿Qué entiendes por amor romántico? ¿Soñaste alguna vez con vivir en pareja feliz para siempre y tuviste un desengaño?
¿Cuántos pensamos que existe alguien especial esperando por nosotros? Mientras, saltamos de relación en relación porque “todavía no llegó el/la indicado/a”.
La palabra romántico hace referencia a lo sentimental, pasional y soñador. Sin embargo, idealizar al amor en nuestras relaciones puede transformar el tan anhelado romance en una fantasía irreal que se desmorona cuando la realidad golpea.
A lo largo de los siglos XX y XXI hemos sido influenciados por los cuentos clásicos de la literatura infantil. La Cenicienta, Blancanieves, La Sirenita, entre otros, son versiones de historias que originalmente -y para sorpresa de muchos- eran más sombrías que románticas.
Sin embargo, a nosotros nos llegaron las historias de cómo las princesas y los príncipes estaban predestinados a conocerse, a enamorarse y a vivir felices para siempre. Y si a esto sumamos los dogmas de las religiones y las creencias familiares con respecto a la pareja, pareciera que nos queda poca libertad para elegir algo diferente.
Pero ¿qué pasaría si nos reconocemos como los guionistas de nuestra vida y reversionamos la historia de amor que queremos vivir?
No se trata de dejar de soñar, sino de darnos cuenta de que lo que tanto buscamos vivir en una relación ya habita en nuestro interior y, al reconocerlo, podemos compartirlo con el mundo.
Es posible transformarnos y reescribir nuestra historia si somos conscientes de que la atracción o repulsión que sentimos por alguien habla de nosotros. Es por eso que las relaciones son un espacio de autodescubrimiento.
Cuando nos enamoramos, quedamos deslumbrados por las cosas que nos gustan de la otra persona. Su luz nos pone frente a nuestra propia grandeza, ella viene a recordarnos o revelarnos algo que no vemos en nosotros, pero que sí reconocemos en el otro.
Por lo mismo, con el paso del tiempo, si no desarrollamos las virtudes que admiramos en nuestra pareja, lo que nos atraía suele comenzar a disgustarnos. Porque el otro solo revela nuestra limitación para amarnos a nosotros mismos o nuestro miedo a crecer y ser brillantes.
Por ejemplo, personas que cuando conocieron a su pareja les gustaba que les prestaran atención, pero hoy experimentan esa característica como un exceso, como una interferencia en sus vidas. Si no aprendieron a escucharse a sí mismos/as y no se valoran por lo que son, es posible que aquello que les gustaba de él/ella hoy lo rechacen.
Si no aprendimos a escucharnos a nosotros mismos y no nos valoramos por lo que somos, es posible que aquello que me gustaba de él/ella hoy lo rechace.
Entonces nuestra percepción cambia y pasamos del “me gusta que me escuche”, a “no soporto que esté pendiente de todo lo que digo”. Incluso me pueden molestar los halagos que recibo de él/ella, porque disfrazo mi baja estima con una pseudohumildad.
Cabe aclarar que estas percepciones son sostenidas por creencias y muchas de ellas son inconscientes.
“Apenas supe de la existencia del amor comencé a buscarte sin saber de mi ceguera. Los amantes jamás se encontrarán porque moran eternamente el uno en el otro.”
Rumi
Otro motivo para entrar en crisis con la pareja puede ser el ya haber integrado esas cualidades y pensar que, entonces, ya no necesitamos al otro. Esto es porque seguramente creímos que estar en una relación implica necesitar al otro.
Es así que convertimos el verdadero amor en una especie de trueque donde intercambiamos mochilas de expectativas esperando que el otro se haga cargo de asegurar nuestra felicidad con lo que, por supuesto, «debería ser responsabilidad suya».
El amor visto desde la unidad es la Conciencia Universal, es decir que estamos interconectados los unos con los otros. La inteligencia amorosa que lo sostiene todo es algo que podemos experimentar y no tiene ninguna identidad especial. Somos nosotros los que lo identificamos con diferentes formas.
Pretender que el amor se exprese exclusivamente a través de una persona y esperar que ella cambie para ajustarse a nuestras expectativas es propio del amor egoico.
Mientras que, si somos conscientes de que lo que nos gusta y disgusta del otro está en nosotros mismos, vivimos la relación desde la conciencia de unidad. De este modo, nos abrimos a la posibilidad de crecer y nutrirnos con o sin pareja.
Al tomar conciencia de ello podemos dejar de juzgar las situaciones con la pareja que nos generan dolor, y elegir bendecir las experiencias gracias a las que redescubrimos quiénes somos.
El amor lo incluye todo, las alegrías y las penas. Para experimentarlo en una relación debemos quitar las barreras que nos impiden ver que incluso los momentos más difíciles forman parte de nuestra historia de amor. Al final, esta historia depende principalmente de la conexión con uno mismo, no de la otra persona.
Son nuestras ideas inflexibles acerca de cómo debe ser una relación y una pareja perfecta las que nos condenan al sufrimiento. Nuestra felicidad no puede depender de que los demás cambien o de que nosotros cumplamos con sus expectativas.
Los estándares en las relaciones están influenciados por nuestras creencias y cultura. En tanto, nuestras expectativas son lo que creemos merecer según el concepto que tengamos de nosotros mismos.
“Lo que mata son las ex… las expectativas”
Martin Elizalde
El problema surge porque lo que nos interesa conseguir está inspirado en ideales fantasiosos que hoy son la “media naranja” o el “alma gemela”.
Para desvelar los mitos o creencias que están condicionando tus relaciones podrías preguntarte:
¿Cómo describirías a tu pareja ideal?
¿Para qué quieres tener pareja?
¿Qué creencia consideras que te lleva a hacer este juicio?
Si no quieres relacionarte ¿qué quieres evitar al no tener una pareja?
¿Qué experiencias de tu infancia y/o adolescencia refuerzan estas creencias?
El objetivo es reconocer qué intención tenemos al relacionarnos y dónde aprendimos a pensar y a comportarnos de la manera en que lo hacemos. Con mayor conciencia podremos volver a elegir.
¿A qué le temes si ahí afuera no te encuentras con nadie que no seas tú mismo/a?
Esto quiere decir que, cuando nos relacionamos con alguien, es inevitable proyectar en el otro nuestras ideas y percepciones acerca de cómo es. Y de acuerdo a la calidad de esas ideas y al significado que les otorgamos, sentiremos más o menos afinidad.
Si tomáramos conciencia de ello y nuestro corazón lo recordara en cada encuentro, seríamos más receptivos con los demás y con nosotros mismos.
“Quizás los dragones que amenazan nuestra vida no sean sino princesas anhelantes que sólo aguardan un indicio de nuestra apostura y valentía. Quizás en lo más hondo lo que más terrible nos parece sólo ansía nuestro amor.”
Rainer Maria Rilke
Más allá de qué o quiénes nos influenciaron en nuestras ideas acerca del amor podemos elegir vivir una nueva versión. Una donde el amor sea en primer lugar por nuestra propia vida y, en esa acción benevolente, atesoremos a todos los seres vivos.
Podemos reescribir nuestro propio cuento de amor romántico para que todos los hombres y mujeres, princesas, héroes, brujas o villanos abracemos nuestras luces y nuestras sombras. Así, al conocernos a nosotros mismos a través de cada encuentro, honramos la vida y los corazones que comparten nuestro camino.
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