¿Es mejor colaborar o competir? ¿Con qué estilo te identificas más? ¿Estás dispuesto/a a modificar tus hábitos para alcanzar mejores resultados?
En la naturaleza del ser humano está está implícita una constante lucha por la supervivencia. Con este fin, a lo largo de la historia, las distintas civilizaciones y culturas han adoptado estrategias exitosas basadas en la reciprocidad y la cooperación, pero también en la lucha y la rivalidad.
El ambiente laboral es un reflejo de esta naturaleza innata, por tanto disponemos de ambas opciones para desarrollar nuestros recursos y alcanzar nuestros objetivos.
En este podcast, Enric Corbera nos propone indagar sobre la cuestión de la confianza en los demás ¿Sentimos que nos pueden engañar? ¿Qué se esconde detrás de esa desconfianza?
En este vídeo, David Corbera explica qué influye para que adoptemos cualquiera de estos dos posicionamientos y conoceremos algunas claves para integrarlos de una forma eficaz en nuestra vida.
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Ambas opciones tienen sus beneficios y, dependiendo de la situación, será más beneficiosa una u otra, por eso ser flexibles es clave para el éxito.
El objetivo de la competición es alcanzar un resultado óptimo. En su aspecto positivo, implica una voluntad de superación y evolución. Sin embargo, cuando el objetivo es ser más o mejor que el otro, o conseguir aprobación y admiración, se convierte en un rasgo perjudicial. Todo depende de la intención.
“El mejor trabajo en equipo viene de los hombres que trabajan de forma independiente hacia una meta al unísono.”
– James Cash Penney
Por otra parte, la colaboración nos ofrece perspectivas diferentes. Nos permite ser más eficientes, ya que se divide el trabajo, más productivos y aporta un sentimiento de pertenencia, de formar parte de un equipo en el que la ayuda es mutua.
La colaboración puede ser perjudicial si la tendencia a ayudar está por encima de alcanzar los propios objetivos. Descuidar las propias prioridades puede frenar nuestro desarrollo y generar expectativas que los otros no cumplen, llevándonos al resentimiento que genera apatía y desmotivación.
Dependiendo del tipo de personalidad que tenemos, solemos actuar de una manera u otra cuando los conflictos se presentan. Conocernos a nosotros mismos nos permitirá saber si tendemos más a colaborar o a competir ante situaciones desafiantes para poder responder de forma consciente y adaptarnos cuando sea necesario.
Una persona polarizada en la competición es individualista. Se centra en lo que le atañe directamente, perdiendo la oportunidad de ver otras perspectivas, de aprender de otras personas y de, en definitiva, potenciar su desarrollo gracias a los demás.
“Si quieres ir rápido, camina solo.
Si quieres llegar lejos, camina acompañado”
– Proverbio Africano
Su objetivo es ser la mejor, ganar, y para alcanzar la victoria los demás deben perder. Se insiste en la comparación. Se exigen ganancias y se intenta sacar los mayores beneficios aunque sea a costa de los demás.
Las personas que suelen posicionarse en la competición se caracterizan por:
Las personas que tienden a competir en exceso perciben a sus compañeros como adversarios, en vez de aliados que podrían ayudar. No confían en nadie más que en ellas mismas por miedo y desconfianza.
Sus creencias les condicionan y aunque pueden conseguir grandes logros en su vida, se sienten insatisfechas y solas.
Todo ello se debe a que les cuesta establecer relaciones sinceras y de confianza con su entorno. Sin embargo, confiar en los demás no es símbolo de debilidad, sino de fortaleza.
Si te resuena este posicionamiento, puedes preguntarte:
¿En quién me gustaría apoyarme pero no me lo permito?
¿Cuántas personas de mi alrededor son realmente de confianza?
¿Puedo mostrarme tal y como soy?
¿Me siento aceptado/a?
La creencia de que algo externo puede hacernos fracasar puede provocar estrés, frustración, tensión, e incluso agresividad. Considerar que hay contrincantes, provoca que se esté en constante estado de alerta, a la defensiva contra los “enemigos” percibidos.
Sentir miedo no es malo en sí mismo, pero estar en estado de alerta de forma constante sí es perjudicial, porque genera un tipo de estrés dañino que influye en nuestra salud física y mental. Provoca cansancio, dificultad para pensar con claridad y tomar decisiones, irritabilidad, etc.
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Valorar o admirar a alguien, nos sirve como un modelo a seguir hacia el camino que deseamos. Sin embargo, competir por el éxito puede conllevar una tendencia excesiva a la comparación con los demás.
“Lo mejor de la competencia no es saber quien es mejor, sino la mejora personal de cada individuo en cada enfrentamiento”
– Antonio Cabado
En el contexto laboral compararse excesivamente puede contribuir a que se genere un ambiente marcado por el resentimiento y el rencor, perjudicando el rendimiento laboral y minando la confianza en el equipo de trabajo.
Además, este tipo de conducta nos lleva precisamente a reforzar lo que intentamos superar: la inseguridad y la baja autoestima.
Las personas extremadamente competitivas suelen temer las opiniones de los demás y rechazar el feedback o retroalimentación, limitando enormemente su propio desarrollo. No aceptan sus fallos, los esconden tras justificaciones y excusas por un sentimiento de inferioridad.
Su propia inseguridad les genera miedo a perder su posición o estatus, por lo que no destacan los logros de los demás ni les hacen partícipes de los éxitos.
Experimentan conflictos continuos, la necesidad de destacar por sus logros les impide alcanzar el éxito y afecta negativamente sus relaciones.
Este exceso tiene su origen en los aprendizajes y experiencias de la infancia. Suelen ser personas que crecieron en ambientes donde se les daba valor, reconocimiento, e incluso cariño, en base a su “hacer». Aprendieron que su valor reside en lo que hacen, no en lo que son.
Las personas que utilizan principalmente un estilo colaborativo se esfuerzan por cubrir las necesidades de todos. Se adaptan y aceptan pérdidas por el bien común, incluso hasta el punto de desconectarse de sus necesidades, anhelos y propósitos.
Aquellos que suelen posicionarse en una colaboración excesiva se caracterizan por:
Las personas que tienden a colaborar en exceso dudan de sí mismas, son perfeccionistas, se sienten culpables al reclamar sus necesidades, evitan el conflicto y se centran en las necesidades de los demás por encima de las propias.
Suelen necesitar la aprobación de los demás, por lo que se sacrifican y buscan la aceptación. Tienen miedo a ser rechazadas, excluidas socialmente, y necesitan ser reconocidas por los demás para sentirse valiosas.
“Confía en tí mismo. Tú sabes más de lo que crees que sabes”
– Dr. Benjamin Spock
Guiarnos por referentes externos es necesario en nuestro proceso de adaptación al entorno social, pero es importante no perder nuestra propia referencia interna.
Si te sientes identificado/a con este posicionamiento, puedes preguntarte:
¿Qué personas de mi entorno han de estar de acuerdo conmigo antes de tomar una decisión?
¿Qué ocurriría si decidiera algo, que fuese en contra de mi entorno?
¿Qué estoy perdiendo o dejando atrás por esperar una aprobación?
El rechazo social genera miedo y dolor, por lo que puede ser un gran bloqueo que nos lleva a sobrepasar los límites sanos de la complacencia y la colaboración.
Para nuestros ancestros, ser excluidos del clan era la amenaza más peligrosa para la supervivencia. Además, las investigaciones de Naomi Eisenberg demuestran que sentirse excluido socialmente activa las mismas regiones cerebrales que cuando sufrimos dolor físico.
Cuando este temor es excesivo, la persona tiende a sobreadaptarse al entorno, sacrificando sus opiniones, necesidades y preferencias para ser aceptada y valorada. En su incansable búsqueda de la aceptación y el contacto con los demás, pierde la conexión consigo misma.
Significa infravalorar las capacidades, observaciones o actos propios, esperando que los demás nos elogien. Esta característica esconde una necesidad de aprobación social y un desequilibrio de autoestima.
“Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento”.
— Eleanor Roosevelt
Compararnos desde la humildad (en lugar del ego) puede ser un recurso de evolución, cambio y desarrollo personal, ya que nos permite medir nuestro progreso, establecer metas y motivarnos mediante la observación de las cualidades de los demás para potenciar las nuestras.
Cuando nos comparamos con la intención de mejorar, no existe el fracaso ya que transformamos cualquier comparación en una herramienta para potenciarnos.
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Lejos de llevarnos a establecer juicios negativos sobre nosotros mismos, la autocrítica debe alentarnos y ayudarnos a mejorar en todo aquello que entendemos como debilidades o puntos optimizables.
También implica reconocer nuestros puntos fuertes y confiar en nuestras posibilidades, pues de otro modo podemos caer en un exceso de autocrítica, que es igual de imposibilitante que su defecto, si no más.
La autocrítica excesiva es un proceso interno, que involucra pensamientos y sentimientos, que tiene la intención de adelantarse a las posibles críticas que se puedan recibir del entorno para evitar el rechazo y el sufrimiento que este supone para la persona.
Si no tomamos conciencia del crítico que llevamos dentro, podemos llegar a convertirnos en nuestro peor enemigo. Pero si observamos nuestro diálogo interno, nos daremos cuenta de que las palabras que nos decimos son una reproducción de las críticas que recibimos en el pasado, principalmente durante la infancia.
La adaptabilidad efectiva se basa en el equilibrio, siendo conscientes de que cada cualidad aporta beneficios.
Competir tiene varias ventajas, como motivarnos a ser mejores y superarnos. Tener rivales nos permite reconocer nuestros puntos fuertes y puntos de mejora, para poder trabajar en ellos. Además, nos permite diferenciarnos del grupo, destacar, crecer, innovar y aportar nuestros talentos al sistema.
Por su parte, la colaboración nos permite compartir habilidades, talentos e ideas. Colaborar nos hace sentir parte de un equipo, lo cual aumenta nuestra motivación y nuestro compromiso con el proyecto. También, nos permite trabajar en un ambiente más positivo, reduciendo nuestro nivel de estrés y, en consecuencia, mejorando nuestra salud y nuestro desempeño.
Ambas maneras de funcionar son necesarias y complementarias para el avance en cualquier campo del conocimiento y en todas las áreas de la vida. No hay una buena o mala.
Las dos residen en nuestro interior y, cuando se aplican de manera flexible y adaptativa, son beneficiosas y potencian nuestro desarrollo, tanto personal como profesional.
La Bioneuroemoción ofrece herramientas y estrategias orientadas a aumentar el autoconocimiento con el objetivo de ir descubriendo aquellas cualidades, tanto colaborativas como competitivas, que podemos integrar en nuestra personalidad.
Es decir, nos ayuda a desarrollar todos nuestros recursos latentes para poder adaptarnos mejor, ser más flexibles y, en definitiva, más exitosos.
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